miércoles, 4 de octubre de 2017

Haruki Murakami: el ejercicio y la creación artística

Hace ya bastantes meses unos amigos míos me regalaron un libro de Haruki Murakami titulado "De qué hablo cuando hablo de correr". Acababa de leerme su genial colección de cuentos editada en Tusquets bajo el título "El elefante desaparece" y, al ver que el que me regalaron era meramente autobiográfico, no me interesó mucho.

Por aquella época, casualmente, algo me impulsó a hacer ejercicio. Gente cercana a mí, unos y otros, se iban metiendo a diversas actividades de mejora física. La última vez que hice algo de deporte fue cuando estuve en clases de esgrima, hace más de dos años. Siempre las he echado de menos. El caso es que sentí este impulso como si fuera un resultado natural: tenía que venir, era el momento.

Mi ejercicio trata solamente de optimizar el cuerpo, ganar musculatura y algo de coordinación y elasticidad, con una aplicación del móvil que sigo a rajatabla. Como ermitaño que no puedo dejar de ser, entreno solo y casi siempre dentro de casa. Pero es uno de los mejores momentos del día. He cogido la rutina y los resultados son ya perceptibles.

Y ahí estaba el libro de Murakami, esperando en mi mesilla, la "sala de espera" de mis pacientes. Cuando lo volví a retomar (sólo había leído las primeras páginas), la rutina de haber empezado mi "fisicalización" ya había formado en mí una predisposición positiva para leer el libro. Quiero decir que es más fácil y más provechoso leer este libro de Murakami si haces algún deporte o ejercicio, sobre todo si es de resistencia y sabes lo que es sudar y llegar al límite de tus fuerzas. 

Esto que acabo de decir tiene algo de increíble, porque nunca había imaginado que la literatura pudiera tener un poder así, que pudiera tener alguna conexión con el cuerpo. De hecho, cuando era un poco más ignorante, creía que en donde tenemos que trabajar para mejorar es en el intelecto, en el mundo de las ideas, considerando la filosofía y la filología las ciencias más altas; y, por tanto, dedicar tiempo y esfuerzo a perfeccionar el cuerpo, que solía relacionar con la vanidad, y cuyos beneficios no pueden transmitirse (el conocimiento sí, los músculos no) es estúpido. Pues bien, no es así. En primer lugar, la vanidad también está en la erudición, pues cualquier tipo de presunción, sea cual sea, nos hace caer en lo más bajo. Luego, lo que el escritor japonés aporta, es que el esfuerzo físico forma parte integrante del conocimiento, lo que nos ayuda a ser mejores y a ayudar a mejorar a otros.

Conozco a una persona, o unos cuantos como él, que apenas han leído y se han pasado la vida cuidándose el cuerpo, con el logro de una forma física envidiable. No llegaba a caer en el desprecio, pero sentía lástima porque esas personas no hubiesen puesto interés en formarse culturalmente un poco más. Pues bien, desde los preceptos que queremos seguir últimamente mis allegados y yo, "humildad y respeto", estas personas son admirables y están dando lo mejor de ellas mismas. A los que no somos expertos en nutrición y en ejercicios nos ilustran con su experiencia. Y si no saben de otras ciencias alcanzables mediante el estudio, es indudable que su sabiduría es la misma que la de cualquiera, porque nadie es más que nadie.

El caso es que Murakami no solamente ha sabido integrar su afición a correr largas distancias y escribir novelas, sino que se apoya en una cosa para conseguir la otra. Veamos cómo.




Le vino un poco todo de casualidad, y a la vez con un gran autoconocimiento que redundó en resoluciones personales acertadas. Tuvo una típica formación escolar japonesa, pero él era del tipo de alumno que, sin ser nada brillante, aprende lentamente y bien:

Empecé a experimentar interés por el estudio cuando, tras superar como pude el sistema educativo establecido, me convertí en lo que llaman un “miembro hecho y derecho de la sociedad”. Comprendí que, si investigaba en los ámbitos que me interesaban a mi ritmo y a mi gusto, asimilaba técnicas y conocimientos de un modo extrañamente eficaz. […] Así, acumulando ensayos y errores, tardaba mucho tiempo hasta que tomaban forma, pero lo que aprendía lo hacía mío para siempre (p. 54).

Estudió una carrera de difícil salida laboral (literatura y teatro griegos), con la que obviamente no encontraría trabajo (creo que ni lo buscó), y a continuación abrió un pub de jazz. Ese trabajo le fue lo bastante bien para tener cierta estabilidad, siempre con la compañía y la ayuda de su esposa. Una mujer, una pareja, ayuda mucho cuando se embarca contigo en algo, hay que tenerlo en cuenta. El caso es que durante un partido de baseball le vino a Murakami la idea espontánea a la cabeza, o más que una idea: una resolución o decisión acertada, acorde con lo que él era. Se dijo: "voy a escribir una novela".

Y así lo hizo. En casa, en el bar, en momentos muertos de poca clientela o en el horario en que estaba el bar cerrado, sacaba su cuaderno y escribía. Su salud estaba deteriorada por tantos hábitos nocturnos, pero valió la pena. Así nacieron sus dos primeras novelas, Oíd cantar al viento y Pinball 1973.

Pero no se conformó y quiso escribir una novela de mayor calado, para lo que tenía que dedicarse íntegramente. Pensó en cerrar temporalmente el negocio, a lo que sus amigos se opusieron. Entonces hizo algo sorprendente y muy interesante: lo traspasó definitivamente, lo dejó sin posibilidad de retorno. Había tomado la decisión de dedicarse a escribir. Se conocía a sí mismo, sabía que podía hacerlo.

Es sólo mi opinión, pero, en la vida, a excepción de esa época en la que se es realmente joven, deben establecerse prioridades. Hay que repartir ordenadamente el tiempo y las energías. Si, antes de llegar a cierta edad, no dejas bien instalado en tu interior un sistema como ése, la vida acaba volviéndose monótona y carente de eje. Yo quería dar prioridad al establecimiento de una vida tranquila, en la que pudiera dedicarme a escribir novelas, antes que a las relaciones sociales concretas con la gente de mi entorno (pp. 56-57).

El caso es que ahí fue cuando su salud se deterioró considerablemente. El oficio de escritor de acuerdo con los tópicos, y tal como lo estaba llevando a cabo Murakami, consiste en pasar muchas horas sentado, tomando café y fumando montañas de cigarrillos. Era exactamente así, con lo que engordó y apestaba siempre a tabaco. Se dio cuenta de que tenía que hacer algo con su físico si no quería pagarlo caro (apunto que José Manuel Caballero Bonald, cuando hablaba de escribir novelas, ejercicio muy diferente al de componer poesía, decía que hace falta mucha salud para aguantar ese esfuerzo mental).

Haruki empezó a correr, ya que es un deporte que se puede hacer solo, sin contrincante, y no requiere ninguna infraestructura. Le cogió el gusto y adquirió la costumbre. Aquí entra el tema de la voluntad, la cuestión de si las cosas se consiguen por la fuerza de la voluntad o es otra cosa:

Cuando digo que corro todos los días, hay gente que se admira por ello. […] Pero, a mi parecer, tener fuerza de voluntad no significa que uno consiga todo lo que quiere. El mundo no es tan sencillo. […] Que yo lleve corriendo de este modo más de veinte años supongo que se debe, en definitiva, a que esa actividad va con mi carácter. O, al menos, a que no me causa tanto sufrimiento. […] así, por mucha fuerza de voluntad que uno posea, por mucho que sea de los que no se dan por vencidos, si algo no le va, no podrá hacerlo durante largo tiempo (p. 64).

En efecto, no se puede persistir mucho en algo si no va con "nuestro carácter". El hecho de concentrarse y lograr esa atención sostenida durante horas (tampoco tantas, porque Murakami escribe entre tres y cuatro horas diarias) parece cuadrar con la capacidad para correr también una serie de horas al día. A veces mucho más, intentando superar sus límites constantemente. Fue mejorando sus marcas a base de disciplina en el entrenamiento, en lograr la regularidad y mantener la rutina. Es así la única manera de conseguir algún progreso, tanto muscular como mental:

No descansar dos días seguidos, aunque el tiempo total dedicado al entrenamiento disminuya, es la regla básica durante la fase de preparación. Los músculos son como animales de carga dotados de buena memoria. Si los vas cargando gradualmente y con mucho cuidado, los músculos se van adaptando de manera natural para resistir esa carga (p. 95).
Por eso, tanto para correr (en el caso de Murakami; en nosotros puede ser cualquier otro ejercicio) como para escribir, hacen falta una serie de cosas. Por una parte, la actividad tiene que "ir con nuestro carácter", pero el resto ya viene de la disciplina y la dedicación, del ejercicio de otras facultades. Es muy interesante, en esta comparativa constante entre lo físico y lo intelectual, ver cómo expone las cualidades necesarias para ser novelista:

1. El talento.

Si no se tiene absolutamente nada de talento literario, por más que uno se esfuerce, nunca llegará a ser novelista. Más que de una cualidad literaria, se trata de una premisa. […] El talento no tiene nada que ver con la fuerza de voluntad. Brota libremente, cuando quiere y en la cantidad que quiere, y, cuando se seca, no hay nada que hacer (p. 102).

2. La capacidad de concentración.

[…] después del talento, la siguiente cualidad [sería] la capacidad de concentración. La capacidad para concentrar esa cantidad limitada de talento que uno posee en el punto preciso y verterla en él. […] Además, si se usa con eficacia, con esta habilidad se pueden suplir en cierta medida las carencias y desequilibrios del talento. Yo, por lo general, trabajo tres o cuatro horas al día, por la mañana. Me siento frente al escritorio, dirijo mi atención únicamente a lo que escribo. No pienso en nada más (p. 103).

3. La constancia.

Después de la capacidad de concentración, es imprescindible la constancia. Aunque uno pueda escribir con concentración durante tres o cuatro horas al día, si no es capaz de mantener ese ritmo durante una semana porque acaba extenuado, nunca podrá escribir una obra larga (p. 103).


Las dos últimas, concentración y constancia, pueden conseguirse mediante el entrenamiento, no son un "don" con el que nacemos, al igual que tampoco desarrollamos músculos si no los entrenamos:

Por fortuna, estas dos capacidades –concentración y constancia-, a diferencia del talento, se pueden adquirir a posteriori mediante entrenamiento […]. Es algo parecido al adiestramiento muscular al que me he referido antes (p. 104).

El autor japonés se explaya en la teoría de que esas capacidades desarrollables mediante el trabajo, las dos últimas, tienen algún tipo de contacto con el vigor físico, logrado asimismo mediante el trabajo o el entrenamiento. Dicen algunos que la fortaleza y la salud físicas, sin tener mucho que ver con las equivalentes de la mente, nos sirven a nivel simbólico o metafórico: uno coge confianza en su cuerpo, que está progresando y dando un buen rendimiento, y del mismo modo aprende a confiar en su intelecto. No está mal; no obstante, sostengo otra teoría no excluyente, aunque totalmente hipotética e indemostrable: si se dice que los intestinos son un "segundo cerebro" (Michael Gershon, The Second Brain), ¿no lo será, en cierto modo, todo el cuerpo? ¿"Pensamos" con todo el cuerpo? No es lo mismo, claro está, ya que el aparato digestivo es evolutivamente muy antiguo y es comprensible que sirva, en cierto modo, a la inteligencia del sistema nervioso central, porque dependemos de lo que comemos. Pero también tenemos toda una compleja red de nervios por todo el cuerpo. No me parece descabellado imaginar, por un momento, que las mejoras en rendimiento, coordinación, elasticidad, etc. del cuerpo contribuyan a una mejora de rendimiento mental. ¿No es eso lo que pretenden también en yoga?

Murakami dice abiertamente que escribir es una labor física, e incluso que "pensamos con todo el cuerpo":

Soy consciente de que escribir novelas largas es básicamente una labor física. Tal vez el hecho de escribir sea, en sí mismo, una labor intelectual. Pero terminar de escribir un libro se parece más al trabajo físico. […] la mayoría de la gente […] cree que […] con tal de tener la fuerza suficiente para poder levantar la taza de café, se pueden escribir novelas. Pero, si probaran de veras a hacerlo, estoy seguro de que enseguida me comprenderían […]. Es sentarse ante la mesa y concentrar todos tus sentidos en un solo punto, como si fuera un rayo láser, poner en marcha tu imaginación a partir de un horizonte vacío y crear historias […].
Y es que, aunque realmente el cuerpo no se mueva, en su interior está desarrollándose una frenética actividad que lo deja extenuado. Por supuesto, la que piensa es la cabeza, la mente. Pero los novelistas, envueltos en el ropaje de nuestras “historias”, pensamos con todo el cuerpo, y esa tarea requiere que el escritor use […] todas sus capacidades físicas por igual (pp. 105-106).
Me parece plausible que influyan, de algún modo, las características de nuestro cuerpo. O al menos no perdemos nada por arreglar un poco nuestra carrocería ya que no sabemos optimizar el motor. Murakami se hace preguntas como las que planteamos aquí: "¿Significa eso, en definitiva, que la mente humana está condicionada por las características del cuerpo? […] ¿O acaso cuerpo y mente se influyen e interactúan mutua e íntimamente?" (p. 112).

¿Está la respuesta a esto en manos de psicólogos y neurólogos? ¿Es todo una autosugestión, que a algunos les puede dar resultado y a otros no? ¿Hace falta realmente entrenar físicamente a nivel profesional, como Murakami, para escribir novelas o trabajos arduos, como tesis doctorales? Hay muchos interrogantes, pero recordemos su consejo: con la voluntad sola no se logra nada. Esa actividad que se haga tiene que "ir acorde a tu naturaleza".


Sobre la toxina de los artistas


Este epígrafe merecía un espacio aparte, pero finalmente lo incluyo aquí. Un tema que preocupa notablemente a Murakami es el tópico de que el escritor, que aquí extendemos a los artistas en general, suele llevar una vida poco saludable. Parece que no solamente en Japón, porque los artistas, por el hecho de ser creadores, gente que aporta algo original y, en muchos casos, auténticos genios, suelen estar al borde de, si no la muerte, al menos de ciertos riesgos para su integridad física. Los músicos siempre han tenido fama de darse a las drogas; los escritores, de olvidarse de comer o de dormir; o unos y otros, incluyendo poetas, pintores, etc., tantear la locura por el hecho de vivir algo intenso para así tener inspiración, o simplemente porque sí. Ya decía Lope de Vega "¿que no escriba, decís, o que no viva?". También es algo que va en el carácter del creador artístico, podría decirse. Murakami no lo rechaza del todo; admite que este estereotipo está arraigado, aunque no le guste:

[…] parece que en Japón hay bastante gente que opina así. Es decir, que escribir novelas es una actividad poco sana y que los escritores tienen que llevar una vida lo más insana posible […]. De este modo, rompen con todo lo mundano y consiguen acercarse a las cosas más puras, que poseen valor artístico. Esta suerte de tópico está muy arraigada en la sociedad. Al parecer, con el paso de los años se ha ido forjando este esquema de “artista = insano (degenerado)” (p. 134)
Ahora bien, hay algo de verdad en eso de "acercarse a las cosas más puras" mediante comportamientos o pensamientos insanos. Al igual que para recuperarse de un mal que nos aqueja suele ser necesario hundirse en lo más oscuro, bajar a nuestra oscuridad y tocar fondo en ella, para así encontrar esa salida que lleva a la luz y finalmente nos repara, la labor de tejer un texto de la nada nos obliga a enfrascarnos en tinieblas, nuestras tinieblas. Tenemos que abrir puertas de nuestros cuartos oscuros que normalmente están vedados, en cuarentena, durante nuestra interacción social normal en la vida. Un artista siempre tiene algo de loco, y un loco es un creador, es el cincel que abre camino. La ficción es un componente de la realidad que a priori no existe, aunque luego existirá. Un personaje literario no tiene existencia operativa, pero sí tiene existencia estructural: Don Quijote tiene tanto peso en nuestras bases gnoseológicas como cualquier personaje histórico. Hay que postrarse, literalmente, ante aquellos seres capaces de crear estas nuevas realidades. Cervantes tuvo que quedarse medio manco, desdentado y enfermo de hidropesía (diabetes) para escribir sus mejores obras. Nietzsche tenía un tumor cerebral (al parecer no era sífilis). El caso es que incubar y sufrir una enfermedad, en los artistas, parece tener una relación causa-efecto en su creación, porque, de algún modo, de ese sufrimiento se nutren para crear. Hay una amplia bibliografía al respecto de los artistas y las enfermedades. Este artículo de la revista Ínsula (nº 813), de Monserrat Escartín Gual (2014), no tiene desperdicio: Literatura y medicina: genio y locura.

Murakami se refiere a esa oscuridad personal como nuestra toxina. Es algo que nos puede destruir, pero a la vez nos sitúa en ese borde, esa frontera entre control y descontrol, o lucidez y embotamiento, o entusiasmo y depresión, o cualesquiera que sean nuestras fronteras, que nos permite elaborar algo original, de nuestra esencia más pura. Como él dice, "la parte más sabrosa del pez globo es la que está junto al veneno".
Puede verse geográficamente de ambas formas: salir de nosotros mismos, o quizá entrar en lo más profundo de nosotros mismos. En cualquier caso, el artista se expone a un riesgo, pero es consciente de ello. Es inmejorable la explicación de Murakami:

En líneas generales, estoy de acuerdo con la idea de que escribir novelas es una labor insana. Cuando nos planteamos escribir una novela, es decir, cuando mediante textos elaboramos una historia, liberamos, queramos o no, una especie de toxina que se halla en el origen de la existencia humana y que, de ese modo, aflora al exterior. Y todos los escritores, en mayor o menor medida, deben enfrentarse a esa toxina y, sabedores del peligro que entraña, ir asimilándola y capeándola con la mayor pericia posible. Porque sin la intervención de esa toxina no se puede llevar a cabo una auténtica labor creativa en el sentido verdadero del término (les pido perdón por la extraña metáfora que ahora emplearé, pero puede parecerse al hecho de que la parte más sabrosa del pez globo sea precisamente la más cercana al veneno). Y a eso, se mire por donde se mire, no se le puede llamar una actividad “saludable”.
Dicho de otro modo, por su origen, los actos artísticos contienen en sí mismos agentes insanos y antisociales. Admito esto sin paliativos (pp. 134-135).

¿Qué maneras hay de sobrevivir a esa toxina? Inmunizarse a ella. Secretarla como siempre a la hora de escribir, pero a la vez conseguir la resistencia para no envenenarse por ella. Una de las maneras, que a Murakami le ha funcionado, es simplemente optimizar la salud física, el cuerpo físico. Pero claro, es lo que le ha funcionado a él, "su teoría":

No obstante, creo que aquellos que aspiran a dedicarse a escribir novelas profesionalmente durante mucho tiempo tienen que ir desarrollando un sistema inmunitario propio que les permita hacer frente a esa peligrosa (a veces incluso letal) toxina que anida en su cuerpo. De esa manera podrá ir procesando, correcta y eficazmente, una toxina cada vez más potente. En otras palabras: podrá ir creando historias cada vez más poderosas. Pero, para poder generar y mantener a largo plazo ese sistema autoinmune, se necesita una cantidad de energía nada despreciable, energía que deberá obtener de alguna parte. ¿Y dónde se obtendrá esa energía, sino en la propia fuerza física de base?
[…] En mi opinión, el aumento de esa “fuerza física de base” es uno de los elementos indispensables para embarcarse en creaciones de cada vez mayor envergadura.
[…] Para tratar con cosas insanas, las personas tienen que estar lo más sanas posible. Ésa es mi teoría. Lo que es tanto como decir que los espíritus insanos necesitan también, por su parte, cuerpos sanos (pp. 135-136).

¿Cuánto habrá de verdad en esta teoría? ¿Es aplicable a todos, o al menos a todos los que estamos viviendo este momento evolutivo de la sociedad? ¿Tenemos, los que nos sentimos en parte responsables de las ciencias y la cultura, que "fisicalizarnos"?

Tampoco perdemos nada por intentarlo. Como dije al principio, mi momento de hacer ejercicio en el salón de casa o en el parque que tengo al lado es uno de los mejores del día. Además, la actividad no es meramente física, ya que aprovecho a escuchar algún podcast o divido mi atención con algo que haya puesto en la tele.
Mi toxina, por cierto, es la melancolía, mi vieja conocida bilis negra. Me han salido bellas poesías en momentos muy oscuros. Por ahora, me está sirviendo Murakami: ante el dolor de amores terminados, de la desilusión, del desengaño, del fracaso, siempre queda la confianza en un cuerpo sano que nos ha traído hasta aquí y puede seguir llevándonos, de una carcasa fuerte para nuestra alma frágil.

E. M. C.


Bibliografía

Murakami, Haruki (2015), De qué hablo cuando hablo de correr. Barcelona, Tusquets.

Escartín Gual, Montserrat (2014), "Literatura y medicina: genio y locura". Ínsula, nº 813. Septiembre 2014. Madrid, Espasa.

Gershon, Michael (1998), The Second Brain : The Scientific Basis of Gut Instinct and a Groundbreaking New Understanding of Nervous Disorders of the Stomach and Intestines. Harper Perennial.












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