sábado, 18 de marzo de 2017

Lope de Vega (II): el Lope popular


Transcripción de la sección “Clásicos por dentro” de “Donde la poesía nos lleve”, de Acrópolis Radio, emitido el 18/03/2017.
Audio en: https://soundcloud.com/eduardo-madrid-427448541/clasicos-por-dentro-lope-de-vega-popular

Lope de Vega (II): el Lope popular

Buenas tardes, bienvenidos otra vez a Clásicos por dentro, sección donde comentamos poesía clásica española (de momento) procurando extraer de ella ideas vigentes en la actualidad. Saludos también a mis compañeros y recitadores José Manuel Gutiérrez, Martín París, Elena, Érika y todos los demás.
Hace unas semanas tratamos al Lope de Vega en su vertiente más lírica y culta, donde analizamos algunos de sus bellos sonetos. Hoy vamos a hablar de su vertiente popular. Para esto deberíamos hablar también de su teatro, ya que el teatro es el género más popular que existe, o existía, debido a que no hace falta que el receptor sepa leer. Recordemos que España hasta hace poco siempre ha sido mayormente analfabeta. No vamos a explicar hoy el teatro del Siglo de Oro, pero sí que conviene señalar unos rasgos sociológicos importantes: el teatro era el género mass-media, el de máxima difusión, y por tanto el más controlado por las autoridades y la censura. No se representaba nada que pudiese alterar el orden social o introducir ideas peligrosas, y ese orden se mantenía siempre con el tema de la honra, y en religión, más adelante con Calderón, con la Contrarreforma. Por lo tanto, el teatro siempre solía consolidar la ideología vigente o manipular ideológicamente para que la situación no cambiase. Para endulzar esta píldora adoctrinadora solía enriquecerse el teatro con la figura de un gracioso, con variedad de estilos, una rica escenografía y todo lo que hiciera entretener y divertir al público. Uno de estos recursos era introducir temas y canciones populares, que a la gente le sonaba, le gustaba. Escuchen este villancico, que dice más de lo que parece:

Blanca me era yo
cuando entré en la siega.
Diome el sol y ya soy morena.
Blanca solía yo ser
antes que a segar viniese,                5
mas no quiso el sol que fuese
blanco el fuego en mi poder.
Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena.         10

(El gran duque de Moscovia [1603-1606]. Parte VII. Madrid, 1617.)

Pertenece a la obra El gran duque de Moscovia, con la intención que les he contado. Tiene pinta de que la cabeza era lo originario y popular, una especie de refrancillo, al ser de métrica irregular: blanca me era yo cuando entré en la siega. Diome el sol y ya soy morena. Bien, ¿está hablando del fenómeno del bronceado de piel, o de algo más? Recordemos la importancia del símbolo en la lírica: todo elemento de la naturaleza o que tenga que ver con ella es simbólico. Así, esa blancura de piel (dice en primer lugar “blanca”, en un claro hipérbaton) es la pureza. El moreno, por tanto, es lo contrario, igual que el color “pardo”, que vimos en el soneto “Suelta mi manso”, que decía “tiene el vellocino pardo”. El sol se relaciona con el calor, a menudo del mes de mayo, el mes de apogeo de la primavera, cuando el sol “calienta”. No sé si hacen falta más pistas, ya se pueden imaginar lo que le pasó a esa muchacha al entrar en la siega. Y no hay indicios de que la muchacha se arrepienta o no le guste el “moreno”.
Retrato de Lope. Fuente: Casa Museo de Lope de Vega.
Lope completa ese dicho popular con octasílabos un poco más retóricos: “mas no quiso el sol que fuese blanco el fuego en mi poder”. Está en su poder el calor, el fuego, las ansias amorosas, que obviamente nunca podrán ser blancas, puras, ni falta que hace. “Mi edad al amanecer era lustrosa azucena”, otra vez el blanco, recuerden a Garcilaso, “en tanto que de rosa y azucena”; y el amanecer, el alba, que es la juventud. Cuando era niña era pura, era virgen, y ahora ya no. Un recurso del que no hemos hablado todavía es el poliptoton, usar palabras con el mismo lexema en distintas flexiones o categorías gramaticales, como sería “amparar”/”amparo”, y que aquí vemos en “blanca”, “blanco”, “segar”, “siega”. Fíjense en todo lo que hay en un poema tan breve, cuando está bien hecho.
Ahora bien, el género popular por excelencia es el romance. Recordemos: verso corto, popular. Verso largo: culto. Rima asonante: popular. Rima consonante: culta. A veces la rima consonante da lugar a poemas populares, pero originalmente era así. ¿Por qué? Porque la consonante es más difícil, y por tanto patrimonio de las élites. Ya lo decía el Marqués de Santillana, que despreciaba los romances.
Pero Lope no era ningún idiota, ni ningún poeta del Siglo de Oro, y sabía ganarse el público. Casi todo su teatro está en romances, el género narrativo por excelencia. Con su variedad de formas estróficas, su revolución en el Arte nuevo de hacer comedias se convirtió en el mejor dramaturgo de la época. Era como Ridley Scott, o cualquier director bueno de películas, del que sabes de antemano que la peli va a ser buena. Baste señalar que cuando algo era bueno, se decía “es de Lope”. Es famosa la anécdota sobre su entierro, muy glorioso, donde uno le dijo a otro “Este entierro es de Lope”, y el otro contestó “Acierta usted dos veces”.
Así, el romance era la forma básica de desarrollo de la acción en el teatro. Pero a veces también Lope insertaba romances líricos, populares, con temas y motivos conocidos por todos. Vamos a leer un fragmento de “El villano en su rincón”, comedia editada por Guillermo Serés para el Centro Virtual Cervantes. Guillermo Serés, por cierto, es un profesor e investigador amabilísimo de la Universidad de Barcelona, de quien hay mucho que aprender. Vayamos con el romance.

        II

  A caza va el caballero
por los montes de París,
la rienda en la mano izquierda
y en la derecha el neblí.  
Pensando va en su señora       5
que no la ha visto al partir,
porque como era casada
estaba su esposo allí.
Como va pensando en ella,
olvidado se ha de sí;              10
los perros siguen las sendas
entre hayas y peñas mil.

El caballo va a su gusto
que no le quiere regir.
Cuando vuelve el caballero      15
hallose de un monte al fin;
volvió la cabeza al valle
y vio una dama venir,
en el vestido serrana
y en el rostro serafín.              20
  -Por el montecico sola
     ¿cómo iré?
¡Ay Dios, si me perderé!
¿Cómo iré triste, cuitada,
de aquel ingrato dejada?              25
Sola, triste, enamorada,
      ¿dónde iré?
¡Ay Dios, si me perderé!
-¿Dónde vais, serrana bella,
por este verde pinar?             30
Si soy hombre y voy perdido
mayor peligro lleváis.
-Aquí cerca, caballero,
me ha dejado mi galán
por ir a matar un oso             35
que ese valle abajo está.
-¡Oh mal haya el caballero
en el monte Allubricán,
que a solas deja su dama
por matar un animal!             40
Si os place, señora mía,
volved conmigo al lugar,
y porque llueve, podréis
cubriros con mi gabán-.
Perdido se han en el monte     45
con la mucha oscuridad;
al pie de una parda peña
el alba aguardando están;
la ocasión y la ventura
siempre quieren soledad.     50

Este romance remite al romancero viejo, a obras conocidas por todo el mundo como el “romance del conde Arnaldos” o de ciclos históricos, como los de Fernán González, Bernardo del Carpio o el Cid. El tópico del caballero que va a cazar es constante, sobre todo cuando va perfectamente equipado, con su caballo, a menudo perros, o como en este caso, un neblí, un halcón formidable, carísimo. Todo esto va a ser sospechosamente simbólico también, porque a continuación dice descaradamente que el caballero tenía una relación adúltera: “pensando va en su señora / que no la ha visto al partir, / porque como era casada / estaba su esposo allí”. Podemos suponer ya qué tipo de caza es la que le apetece al mozo, o al hombre.
Y aquí enlaza con el género de las serranillas, también medieval, donde un noble (este género lo cultivaban miembros de la nobleza, como el antes mencionado Marqués de Santillana, pero acercándose a lo popular), donde un noble, normalmente en sus dominios, iba por los montes a intentar ligar con alguna serranilla, alguna muchacha guapa. A veces era aceptado y otras muchas rechazado, lo cual era más realista. El Arcipreste de Hita, en su Libro de Buen Amor, parodiaba esta costumbre y género literario, al ser prácticamente secuestrado y “usado” por una serrana bruta.
Aquí la serranilla está en una situación paralela: su marido se ha ido a cazar (podemos suponer muy irónicamente que un “oso” es una amante suya muy fea) y está sola, disponible. Atención al símbolo: está en un verde pinar. El pino es el árbol que siempre está verde, y el verde es el vigor de la juventud, propicio para el amor, y al ser perpetuamente verde es perpetuo para los amores. Decía un dicho “ay pino, pino, maldita sea el ave que en ti hace nido”. El que se identifica con el pino quiere tener siempre amores. No nos vamos a extender, que este tema da para mucho.
Concluyendo: él la cubre con su gabán y se pierden en la oscuridad del monte. Esto es intensamente erótico. “Perderse” también es un motivo de la poesía erótica popular: “A coger amapolas, madre, me perdí. ¡Caras amapolas fueron para mí!”, por ejemplo. Aunque hay muchos. Ya sabemos cómo acaba esta pareja.
Al estilo popular también escribió Lope poemas reflexivos, que también citaba o insertaba en sus comedias. El famoso “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo” está en cuartetas de octosílabos en rima asonante, de ahí su intención popularizante, aunque aquí no hay nada de amores ni de símbolos de la naturaleza. Es una disertación, un monólogo, pero que necesita mucha más extensión que un soneto y el ritmo cadencioso del octosílabo. Se cita en su curiosa obra en parte autobiográfica La Dorotea, y lo que es más curioso es que está en prosa, pese a ser teatro. Eso no quita para que inserte algunos poemas. Escuchemos a José Manuel enfrascado en sus “soledades”.


A MIS SOLEDADES VOY

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

¡No sé qué tiene la aldea                    5
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos!

Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento               10
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,
solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo                     15
un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.                 20

El dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento,
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,                        25
porque en él y en mí contemplo,
su locura en su arrogancia,
mi humildad en su desprecio.

O sabe naturaleza
más que supo en otro tiempo,              30
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.

Sólo sé que no sé nada,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,                  35
adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,
de desdichado me precio,
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?                40

No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio                           45
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más
otros por cartas de menos.

Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;                      50
tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los extraños                         55
y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?                       60

Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
con el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento,

y algunos inobedientes                          65
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.

Virtud y filosofía
peregrina como ciegos;                          70
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento;
la mejor vida el favor,                            75
la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.               80

Mirando estoy los sepulcros
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo,               85
porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!

Fea pintan a la envidia,
yo confieso que la tengo                        90
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir                         95
piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos.                    100

Ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, afirmaron
parabién, ni pascua dieron.

Con esta envidia que digo                    105
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

El mismo esquema métrico, cuartetas en asonancia, va a utilizar para otro de sus tópicos favoritos, el virgiliano bucólico y pastoril, de naturaleza idealizada, escenario de amor idílico. El gran referente, el más cercano para Lope, era Garcilaso de la Vega con sus églogas. Al igual que en ellas, un pastor, en este caso Lisardo, se queja amargamente de sus penas amorosas. Fíjense con qué logro y qué belleza consigue Lope retomar el género con la sencilla forma estrófica del octasílabo.

Corría un manso arroyuelo
entre dos valles al alba,
que sobre prendas de aljófar
le prestaban esmeraldas.

Las blancas y rojas flores                  5
que por las márgenes baña,
dos veces eran narcisos
en el espejo del agua.

Ya se volvía el aurora,
y en los prados imitaban                       10
celosos lirios sus ojos,
jazmines sus manos blancas.

Las rosas en verdes lazos
vestidas de blanco y nácar,
con hermosura de un día                       15
daban envidia y venganza.

Ya no bajaban las aves
al agua, porque pensaban,
como daba el sol en ella,
que eran pedazos de plata.                    20

En esta sazón Lisardo
salía de su cabaña,
¿quién pensara que a estar triste,
donde todos se alegraban?

Por las mal enjutas sendas                   25
delante el ganado baja,
que a un mismo tiempo paciendo,
come yelo y bebe escarcha.

Por otra parte venía
de sus tristezas la causa,                      30
hermosa como ella misma,
pues ella sola se iguala.

Leyendo viene una letra
que a sus estrellas con alma
compuso Lisardo un día,                    35
con más amor que esperanza.

Vióle admirado de verla,
y de unas cintas moradas,
para matalle a lisonjas,
el instrumento desata.                         40

Y por dos hilos de perlas,
que dos claveles guardaban,
dio la voz al manso viento
y repitió las palabras:

«Madre, unos ojuelos vi,                   45
verdes, alegres y bellos.
¡Ay, que me muero por ellos,
y ellos se burlan de mí!

»Las dos niñas de sus cielos
han hecho tanta mudanza,                50
que la color de esperanza
se me ha convertido en celos.
»Yo pienso, madre, que vi
mi vida y mi muerte en ellos.
¡Ay...!                                               55

»¿Quién pensara que el color
de tal suerte me engañara?
Pero ¿quién no lo pensara
como no tuviera amor?

»Madre, en ellos me perdí,               60
y es fuerza buscarme en ellos.
¡Ay, que...!»

No tenemos tiempo para más, pero baste con decir que esta naturaleza bucólica, de raíz culta, más artificiosa, no excluye el símbolo propio de la lírica popular. El arroyo, el río, siempre es un lugar propicio para los amores, como las fuentes, porque es donde uno se refresca del calor o donde se apaga la sed, la sed de ya saben qué. Las flores blancas y rojas protagonizan gran parte del poema, retomando otra vez lo puro y lo fogoso, y también el color verde, que como aliciente es el de los ojos de ella, combinando el símbolo de la juventud con el de la esperanza. Y por último, el verbo también propio de los amores, “perderse”, porque también se puede perder uno en los ojos de alguien… Con esto vale para explicar el punto de vista actual de estos poemas, objetivo de cada uno de nuestros programas.
Muchas gracias por la atención, por la ayuda y colaboración a mis compañeros, y hasta la próxima.

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