sábado, 29 de octubre de 2016

Escuadra hacia la muerte, representada por el Centro Dramático Nacional

ALFONSO SASTRE, ESCUADRA HACIA LA MUERTE, Representación del CDN en el Teatro María Guerrero. Versión y dirección de Paco Azorín. Vista el 26 de octubre de 2016.

Una nueva visión

La célebre obra de Alfonso Sastre, clasificada por Francisco Gutiérrez Carbajo como “teatro realista social”, ha vuelto a ser puesta en escena en el mismo teatro donde se estrenó, en el año 1953, en el Teatro María Guerrero de Madrid. Si bien en aquel entonces sólo se representó tres días, por “antimilitarista y antipatriótica”, siendo inmediatamente censurada, ahora tenemos la oportunidad de verla hasta el 27 de noviembre, bajo la versión y dirección de Paco Azorín.
La obra está dividida en dos partes de seis cuadros cada una enlazados con la técnica del “oscuro”. Paco Azorín la adaptará a una secuenciación en cuenta atrás, del 10 al 0, que enlazará con recitados de citas de Bertold Brecht por parte de alguno de los personajes, con efectos de luz y música en directo que denotan que se trata de un momento reflexivo, fuera de escena.
Al situarse la acción en una hipotética Tercera Guerra Mundial, toda la escenografía tendrá un aire futurista, aunque no en exceso, donde llama la atención el genial vestuario de Juan Sebastián Domínguez, con unos trajes militares inusitados y, sobre todo, el escenario: los dos cubos metálicos superpuestos, que simulan ser de cemento, una especie de búnker con “una cierta inclinación lateral que le aporta un aire futurista”, explica Paco Azorín. El cubo de arriba sirve de pantalla de proyección, indica lo que ocurre fuera, siempre con cierta oscuridad nublada de vapor blanco, donde se proyectan escenas, títulos y frases. El cubo de abajo, el búnker, es donde tiene lugar la acción dialogada. El mundo exterior es sumamente hostil, con amenazas biológicas, de manera que el cuchitril del búnker, propio de “gusanos”, es la mejor (y más vergonzosa) manera de sobrevivir. Como dice Azorín: “La amenza que planteamos fuera del búnker es el propio ser humano”. Todo lo que se muestra en la obra, tanto en el texto como en el escenario, es profundamente simbólico, para incentivar una lectura existencial y filosófica.
El argumento, sin que haya cambiado mucho desde la versión original de Sastre, es el siguiente (reelaborado del texto de Ruiz Ramón, 1971: 426-427): una escuadra de castigo, formada por un cabo y cinco soldados, cada uno culpable de algo, es enviada a una zona equidistante de la vanguardia enemiga y de la propia vanguardia con una misión suicida. La primera parte (los 6 primeros cuadros de la versión de Sastre) está centrada en el conflicto que opone colisivamente al cabo, representante de la autoridad, y a los cinco soldados, víctimas de esa autoridad. El conflicto entre el principio de autoridad y el principio de libertad se resuelve con la rebelión de los soldados y el asesinato colectivo del cabo por cuatro de ellos, mientras el quinto, Luis (el más joven), no puede participar por estar fuera de guardia. En la segunda parte se nos presentan los distintos modos individuales de asumir esa muerte, partiendo del acto libre realizado, y las distintas respuestas a la libertad violentamente conquistada, así como el sentido existencial de la situación-límite de cada uno.
La muerte del cabo Gobán, personaje cuyo único objeto en la vida es cumplir su misión y mantener una disciplina rígida en sus hombres, sin preguntarse nada más, marca un punto de inflexión fatal en el desarrollo, que desencadenará el resto de la tragedia. Si bien cada personaje tiene una personalidad consolidada, consecuente y equiparable con la de los otros, son interesantes las apreciaciones del soldado intelectual, Javier:

JAVIER
La muerte del cabo Goban no fue un hecho fortuito.
PEDRO
No te entiendo.
JAVIER
Formaba parte de un vasto plan de castigo.
PEDRO
¿Has llegado a pensar eso?
JAVIER
Sí. Mientras él vivía llevábamos una existencia casi feliz. Bastaba con obedecer y sufrir. Se hacía uno la ilusión de que estaba purificándose y de que podía salvarse. Cada uno se acordaba de su pecado, un pecado con fecha y con circunstancias.
PEDRO
¿Y después?
JAVIER
Para que la tortura continuara y creciera. Estaba aquí para eso. Estaba aquí para que lo matáramos. Y caímos en la trampa. Por si eso fuera poco, la última oportunidad, la ofensiva, nos ha sido negada. Para nosotros estaba decretada, desde no sé dónde, una muerte sucia. Eso es todo. Tú dices que tenías esa esperanza… la de que muriéramos en la lucha…, pobre Pedro… Y todavía, ¿verdad que sí?, todavía tienes… no sé qué esperanzas…, ¿cómo has dicho antes?, “que nuestro sacrificio sirva…” Eso es como rezar…

En efecto, el cabo se deja matar. Esto está muy bien representado en la obra: cuando le sujetan los soldados, éste deja caer el arma al suelo.
A partir de aquí comienza el verdadero drama de cada uno: de ser sólo víctimas de un destino impuesto, se han convertido en responsables de su propio destino. Si antes estaban unidos por la inhumana autoridad del cabo, ahora están desunidos por la libertad, que llega a enfrentarlos y a dejarlos solos ante la muerte. Pedro, el único que lucha por convicción, por odio al enemigo, asume la muerte del cabo dispuesto a confesarla, para morir ejecutado. Adolfo decide desertar y huir a los montes, a riesgo de morir cazado como una rata. Andrés desea pasarse, entregarse al enemigo y vivir cautivo en un campo de concentración. Javier, el profesor, se ahorca en un árbol. Luis, que no participó en el crimen, por puro azar (estaba de guardia) sufrirá la condena de su propia vida, muy ambigua abstractamente representada en la escena final de la obra, con su desnudez y ascenso por una escala, entre gritos de espanto, hacia un foco de luz blanca.
Como dice Ruiz Ramón (p. 427), “Sastre ha escrito una tragedia absolutamente cerrada: no hay respuesta, no hay salida. Vivir es cumplir una condena a más largo o más corto plazo. Sin saber por qué ni para qué”.
El propio Sastre decía en 1962: “[…] fue un grito de protesta ante la perspectiva amenazante de una nueva guerra mundial; una negación de la validez de las grandes palabras con que en las guerras se camufla el horror; una negación, en este sentido, del heroísmo y de toda mística de la muerte. […] Mi obra es también un examen de conciencia de una generación de dirigentes que parecía dispuesta, en el silencioso clamor de la guerra fría, a conducirnos al matadero. El matadero era, para mí el absurdo” (Ruiz Ramón, 427).
Los personajes transmiten esa condena, esa tragedia de estar condenados tanto a vivir como a morir, a vivir muriendo. En todos ellos, aunque unos más que otros, hay un ansia por alcanzar la felicidad, que les es negada. Por ello arremete el concepto de destino que, al ser ingrato, se le suma la idea del “pecado desconocido”, contra lo que no se pude luchar y conduce a una derrota irreversible. Ruiz Ramón, citando a Villegas (p. 428), anota al respecto: “La angustia autentificadora se produce porque el espectador ve en esa derrota la anticipación de su ‘propia y natural derrota, a la que está abocado por el simple hecho de existir’”.
Se correspondería en cierto modo con el existencialismo de La naúsea de Jean-Paul Sartre, escrita en 1938, si bien esta obra arrastra toda una corriente iniciada ya por Husserl y Heidegger, en el modo racionalista del escritor francés. En dicha novela, el protagonista, en una de sus discusiones con “el autodidacto”, aplasta una mosca con el dedo en una mesa “para liberarla de la condena de vivir, para ayudarla”. En España, consta la ideología de Alejandro Sawa en Declaración de un vencido, de un naturalismo radical, que coincidiría con el papel que juega el soldado Javier en la obra (“Era preciso sucumbir”, repite el protagonista de la Declaración). Hay una buena reseña de la obra de Sawa en el blog que se cita al final de este documento.

Como se puede observar, lo referente al pecado, al destino y al arrepentimiento tiene la impronta de una sociedad religiosa, como efectivamente fue la España franquista, y que debió marcar a Alfonso Sastre. En el Cuaderno Pedagógico nº 93 del CDN, p. 17, en la entrevista a Paco Azorín, éste explica que el arrepentimiento no se trata con tanta importancia en su versión:

“Efectivamente no es una de las cuestiones primordiales. Aunque Alfonso Sastre haya hecho siempre valer su ateísmo, lo que no cabe ninguna duda (sic.) es que en la mitad del siglo XX la presión de la educación judeocristiana recibida lo empapaba todo, lo impregnaba todo. Creo que ahora estamos en una sociedad absolutamente más laica de lo que pudo soñar nunca Sastre en los años 50. Para mí el arrepentimiento desde una perspectiva cristiana no es algo fácil de entender por un chaval de 20 años, por ejemplo. No he  hecho demasiado hincapié en eso. El castigo y el arrepentimiento no están dentro de mi escala de valores y en ese sentido tampoco he querido fomentarlo en la representación”.

Crítica

Sin que deje de tener mérito la realización de innovaciones escénicas arriesgadas, varios espectadores hemos coincidido en considerar un experimento fallido el recitado de las citas de Brecht, si bien la idea no era mala. No solamente los fragmentos escogidos no tenían un especial carácter, o una plena adecuación al contexto, sino que se notaba que a los actores les costaba decirlas de memoria, al no tener demasiado sentido. No llegaban a transmitir lo que se pretendía.
La escenografía es un éxito y podría no haberlo sido de haberse exagerado. Nada más comenzar la obra es cuando se ostenta este despliegue de medios, con los vapores y los seis hombres con escafandras, pasando por una esclusa de desintoxicación. Esto recuerda a las antiguas representaciones decimonónicas de las obras de teatro de Julio Verne, cuya clave del éxito era precisamente eso, la ambientación futurista o exótica, como en Los hijos del capitán Grant, con las escafandras de buzo. No ha sido el caso de esta obra, cuyo texto ya tiene fuerza suficiente sin necesidad de artilugios escenográficos, y por la brevedad de estas escenas.
Sin embargo, la crítica más severa, a la que puede que no le falte razón, es del propio Francisco Ruiz Ramón (p. 428):

Escuadra hacia la muerte no supera, desde el nuevo punto de vista de Sastre, ni el pesimismo existencial ni el desgarramiento. En éste y la mayor parte de los dramas de Sastre […] hay, a nuestro juicio, algo que perjudica la verdad de su universo dramático: la conversión del para mí (“El matadero era, para mí, el absurdo”) del dramaturgo en medida absoluta de la realidad. El para mí particular de Sastre no se convierte en todos sus dramas en necesario para todos, por lo que la realidad padece casi siempre, en alguna medida, fuerza, quedando amputada por ese para mí absolutista y particularizador de su autor.”

Enlaces de interés

Página web de Alfonso Sastre, donde consultar su vida y obra. Recomendable su autobiografía, Notas para una sonata en mi (menor).

Cartel de la obra Escuadra hacia la muerte en el Centro Dramático Nacional:

Página de Alfonso Sastre en Cervantes Virtual (puede descargarse parte de su obra):

Prólogo de César Oliva a Escuadra hacia la muerte, en Cervantes Virtual:

Comentario de Declaración de un vencido de Alejandro Sawa:


Bibliografía

CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL (2016), Cuadernos pedagógicos, nº 93, Madrid, Teatro María Guerrero.

GUTIÉRREZ CARBAJO, FRANCISCO (2013), Innovaciones escénicas en el siglo XX. Guía docente 2013-2014. Máster en Formación e Investigación literaria y teatral en el contexto europeo, UNED.

RUIZ RAMÓN, FRANCISCO (1971), Historia del teatro español. Siglo XX. Madrid, Alianza.


SASTRE, ALFONSO (1971), Escuadra hacia la muerte. Barcelona, Círculo de lectores.








No hay comentarios:

Publicar un comentario